viernes, 19 de diciembre de 2014

Pensamiento Infantil (ventajas de vivir y pensar como niño)

 

  

El escritor estadounidense Joseph Heller decía que él había llegado por fin a lo que quería ser de mayor: un niño. En muchas ocasiones he reflexionado sobre eso, sobre la aspiración, digna y honesta, de vivir con los ojos de la infancia. Por suerte, la mía fue plena y disfruté de tal manera que aún hoy, muchos años después, sigo reviviendo la mayor parte de esos momentos.
 
Cuando hablo de vivir como un niño, se tiende a pensar que se trata de vivir alocadamente, sin rumbo y de una manera irresponsable. Nada más lejos de la realidad. En mi caso, siempre pensé que despertar ese espíritu en el día a día tenía sus ventajas y hoy las recopilo aquí.
 
No vives entre prejuicios. Éstos pertenecen, casi en exclusiva, a los adultos. Se construyen estereotipos, imágenes preconcebidas como método de ‘protección’, para evitar desengaños o para hacer sencilla la visión de un mundo complejo. Pero su utilización en el día a día sólo lleva a no descubrir por sí solos el camino, sin más frenos.
 
Buscas motivos con mucha más facilidad para conseguir los objetivos. Si hacer los deberes lo primero significaba salir con los amigos a la calle a media tarde, no había ninguna duda al afrontar las obligaciones. Si ayudar en casa implicaba disfrutar de tu serie favorita en la merienda, ya sabías lo que tenías que hacer. El paso del tiempo suele hacer la maquinaria de la motivación mucho más pesada.
 
Encuentras la felicidad en las pequeñas cosas. Es la esencia de la vida y, quizás, en la infancia es donde se consigue con mayor intensidad. El partido de fútbol con la pandilla de amigos, la tarde de cine, la media hora de tu serie favorita en televisión… La inmensa mayoría de los pequeños lo vive con una pasión desmedida.
 
Disfrutas a tope de todo. Está relacionado con el anterior punto. En la edad adulta se llega a un punto en el que los prejuicios, la preocupación por el qué dirán o el peso de la intranquilidad diaria por multitud de motivos te impide gozar en su plenitud de todo cuanto tienes.
 
Restas presión a tus decisiones. El peso de éstas es escaso y por eso se toman sin darle demasiadas vueltas. Habitualmente, te dejabas guiar por tu intuición, por tu instinto, algo que acaba atrofiándose con el paso del tiempo y la falta de uso.
 
La sensación de no tener nada que perder. Tus pertenencias son escasas y, por tanto, la defensa de éstas ya no es determinante. No tienes una hipoteca que pagar, un empleo que mantener, una familia a la que alimentar… Desterrar esa presión cuando se es adulto no es sencillo pero, quizás, es el mejor camino para vivir de una manera más desenfadada, más libre.
 
Menos preocupación sobre lo que los demás piensan de ti. No siempre se cumple en todos los niños pero sí en la mayoría. El sentido del ridículo está mucho menos acentuado. Da igual que te estén mirando si tú estás pasándolo bien, si tú estás haciendo lo que siempre quisiste hacer.
 
Te recuperas mucho mejor del fracaso. Te caes y te levantas al instante. No piensas que ha sido un fracaso y no pierdes el tiempo en reflexiones eternas que no llevan a ningún sitio. Retomas lo que estabas haciendo sin la presión de haber tropezado. Es algo natural.
 
Puede que haya quien no se identifique con algunos, o muchos, de esos puntos. Es posible. Son los que reflejan cómo viví mi infancia y lo que puede aportarme (o aportarte) vivir (y pensar) como lo hacía en ese tiempo. No siempre es posible. Pero hay que intentarlo. Hay mucho que ganar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario